Llevaba días con esa sensación pegada a la piel, como un susurro oscuro que se negaba a callar: alguien cercano estaba jugando en mi contra, alimentando a Roberto con nuestras piezas más valiosas. Y eso dolía más que cualquier herida abierta. Porque no era un enemigo cualquiera, era uno de los míos, alguien a quien había confiado mi vida y mis secretos.
La revelación me llegó a través de un mensaje cifrado, demasiado claro para ser ignorado. Uno de mis hombres más cercanos estaba filtrando información. Mi sangre se heló por un instante, pero la rabia se encendió rápido, feroz. Podría haberlo confrontado en ese instante, pero no, no iba a ser tan fácil. Esa es la ventaja de conocer la guerra: la paciencia es un arma tan letal como una bala.
Decidí jugar a otro nivel. Usaría a ese traidor como un peón, una fuente controlada para desinformar a Roberto, para hacerle creer que está ganando cuando en realidad estaba cavando su propia tumba.
La cena esa noche en la mansión era el escenario p