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El eco de sus palabras aún me persigue.

"Tu padre firmó su sentencia el día que me negó el poder. No fue personal, Isabella… Fue necesario."

Necesa-fucking-rio.

El coche se desliza por las calles empedradas de Nápoles como si el mundo no se hubiese detenido unos minutos atrás. Como si yo no estuviera conteniendo una furia tan densa que podría romper el cuero del asiento con solo apretar los puños. El chófer ni se atreve a hablar. Sabe que cuando mis labios están sellados y mis ojos fijos en la ventana, mejor no existir.

La confesión de Roberto me dejó una herida limpia, sin anestesia. Ya no hay dudas, ya no hay posibilidades de reconciliación. Él mató a mi padre. El hombre que me enseñó a leer en latín antes que en italiano. El que me llevaba a montar caballos al sur cada domingo. El que me enseñó que el poder no era una cuestión de género, sino de temple.

Y ahora ese asesino duerme en la misma ciudad que yo. Ríe en salones llenos de cristal y oro. Se atreve a llamarme piccola, como s
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