El sonido del cristal al chocar contra la barra de mármol fue lo único que me ancló a la realidad. Mi copa de vino tembló, como si supiera que mis manos no podían sostenerla mucho más. Me había quedado sola en la oficina después de que todos se marcharon, observando las luces de la ciudad extenderse como un océano de posibilidades... o amenazas. Todo dependía del ángulo desde el que lo miraras.

Y yo estaba empezando a verlo todo desde otro maldito ángulo.

Un mensaje. Solo eso. Una frase sin firma encriptada. Pero suficiente para que la sangre se me congelara.

“Roberto planea moverse esta semana. Ya tiene apoyo externo.”

Mi primera reacción fue negarlo. Pensar que alguien trataba de manipularme, que quizás era una jugarreta más de este juego envenenado que heredé cuando enterré a mi padre con promesas que ya no sabía si quería cumplir. Pero la voz en mi interior... esa que cada vez sonaba más como la de mi padre... me susurró que prestara atención. Que esa nota no era una amenaza. Era