El aire estaba más frío ahí abajo. Una humedad invisible me recorría la piel mientras mis pasos resonaban en el pasillo oculto tras el panel de madera en la biblioteca. Había escuchado rumores desde pequeña sobre habitaciones secretas en la mansión, pero nunca creí que alguna vez necesitaría encontrar una por mi cuenta. No hasta ahora.
Mis dedos temblaban ligeramente mientras sostenía la linterna pequeña que había tomado del despacho de mi padre… No, de mi padre no. De Roberto, el hombre que fingió serlo. A cada paso que daba, sentía cómo se desprendía una capa más de la fachada en la que viví todos estos años. Ya no quedaban cuentos ni juegos. Solo verdades, y esas siempre dolían más que las mentiras.
Empujé la puerta de hierro oxidado al fondo del pasillo. Crujió como si se quejara, como si intentara advertirme de lo que estaba a punto de encontrar del otro lado. Pero yo no tenía intención de detenerme.
Dentro, el polvo bailaba en el aire con cada movimiento. Era una habitación pequ