La lluvia golpea contra los ventanales de mi habitación como si el cielo mismo quisiera advertirme que se aproxima una tormenta más grande. No me molesto en cerrar las cortinas. De algún modo, ese ruido constante es lo único que me hace sentir menos sola. Como si el mundo allá afuera todavía existiera, como si todo no estuviera colapsando desde adentro.
Estoy sentada en el borde de la cama, con las piernas dobladas, mi diario sobre el regazo y un bolígrafo temblando entre mis dedos. Desde pequeña, escribir ha sido mi única manera de vaciar el caos que me habita. Antes escribía sueños. Hoy escribo estrategias de guerra y confesiones que no puedo decirle a nadie.
"La soledad duele más cuando te das cuenta de que fuiste tú quien cerró las puertas."
No sé por qué he comenzado así, pero ahí está. La verdad cruda, sin adornos. He empezado a levantar muros. Primero fueron susurros de desconfianza. Luego palabras frías. Ahora, ni siquiera miro a los ojos a mi tío cuando nos cruzamos. Me escon