El sol brillaba con fuerza sobre la piscina, reflejando destellos dorados sobre el agua cristalina donde jugaban los niños, entre risas y salpicaduras. Cristina y Rubén se encontraban sentados a la sombra de una pérgola, disfrutando de la calidez del día y de la compañía de sus seres queridos. Jessica, feliz junto a su novio, no dejaba de sonreír mientras observaba a los pequeños chapotear. El ambiente estaba impregnado de esa felicidad sencilla que solo los días tranquilos pueden ofrecer.
Rubén, con su vaso de whisky en la mano, no perdía detalle de Cristina. Sus ojos recorrían cada movimiento suyo, absorto en su figura, en su forma de sonreír, en el brillo de sus ojos protegidos por unas grandes gafas de sol.
En un momento dado, Rubén se levantó despacio y, tras darle un sorbo a su vaso, anunció:
—Voy a hacer una llamada, vuelvo enseguida.
Se retiró unos metros, buscando algo de privacidad. Cristina lo siguió con la mirada por unos instantes, intrigada por aquel aire misterioso que