– Sombras del deseo y del desencuentro
Llegué a la mansión cuando la noche ya se había adueñado del cielo. Las luces exteriores iluminaban el camino de piedra, y el aire tenía ese silencio característico de los días pesados, donde el alma llega cansada de fingir calma. Estacioné el auto frente a la entrada principal y suspiré. Isaac, apenas el vehículo se detuvo, soltó el cinturón y abrió la puerta con emoción.
—¡Voy con el abuelo! —gritó, corriendo hacia el interior de la casa.
Sonreí levemente al verlo desaparecer tras las imponentes puertas de la mansión. Aquel lugar, aunque imponente y elegante, me pesaba más con cada día. Entré unos segundos después, cerrando la puerta detrás de mí, y el eco de mis pasos se mezcló con las risas de mi hijo. En el salón, el abuelo José lo abrazaba con ternura. Esa imagen, por un instante, me dio un respiro.
—Buenas noches —saludé con voz suave.
El abuelo levantó la vista hacia mí, aún sosteniendo a Isaac entre sus brazos.
—Hija, llegas tarde —me d