Cristina y Jessica salieron de la empresa poco antes del mediodía. El aire fresco de la ciudad les acariciaba el rostro mientras caminaban hacia el auto. Habían tenido una mañana agotadora, llena de reuniones, y ambas necesitaban un respiro. Decidieron ir a almorzar a un restaurante reconocido en el centro, un lugar elegante, lleno de luz y con música suave que creaba un ambiente perfecto para conversar.
Una vez sentadas en su mesa, junto a un ventanal desde donde se veía parte del parque, Cristina dejó su bolso a un lado y tomó el menú y ordenaron. Después de unos minutos, el mesero trajo la orden; ambas sonreían.
Jessica, en cambio, parecía inquieta, sonriendo de manera nerviosa mientras movía distraídamente su copa de agua.
—¿Qué te pasa? —preguntó Cristina, arqueando una ceja sin levantar mucho la vista del menú.
Jessica respiró hondo y se acomodó en la silla antes de hablar.
—Tengo algo que decirte —dijo finalmente, con una sonrisa contenida.
Cristina levantó la mirada, curiosa,