Don José estaba en la sala principal de la mansión, sumido en la lectura de una noticia del periódico matutino. La luz del amanecer se filtraba por los ventanales, tiñendo el ambiente de un tono dorado y cálido. El silencio era casi absoluto, roto solo por el pasar de las páginas y el leve tic-tac del antiguo reloj de pared. De repente, el sonido de pasos en la escalera de mármol indicó que no estaba solo.
—Buenos días, papá —saludó Óscar, descendiendo los peldaños con la seguridad de la costumbre.
Don José levantó la vista, su expresión suavizándose ante la presencia de su hijo.
—Buenos días, hijo.
Óscar, un hombre de porte elegante y mirada profunda, caminó hacia su padre y se sentó a su lado en el sofá de cuero. Observó por un momento a aquel hombre que, a pesar de los años y las adversidades, seguía imponiendo respeto y ternura a partes iguales.
—¿Cómo te has sentido, papá? —preguntó Óscar, con una mezcla de preocupación y cariño.
Don José dejó el periódico a un lado y entrelazó l