La noche parecía haber caído demasiado pronto sobre Villa La Matilde. O tal vez era que el tiempo, desde que Leah había perdido a sus padres, había dejado de funcionar con normalidad. Todo se sentía más pesado, más lento, más distante… y aun así, terriblemente vivo en cada rincón de la casa que ahora compartía con su esposo.
El vehículo se detuvo frente a la entrada, y Kevin rodeó el auto para abrir la puerta del lado de ella. Leah no habló, tampoco intentó hacerlo. Simplemente bajó, con los hombros caídos y una expresión tan frágil que parecía que un soplido bastaría para quebrarla por completo.
Villa La Matilde estaba envuelta en un silencio respetuoso, como si las paredes comprendieran el peso de lo ocurrido. Las luces cálidas iluminaban apenas el interior, y al entrar, Leah sintió que el mundo se le venía encima otra vez.
Su respiración tembló; sus manos se apretaron entre sí intentando contener algo que ya no podía controlarse.
Kevin no dijo nada. Solo se mantuvo cerca, a una dis