El cielo estaba gris. No un gris apagado, sino uno denso, como si las nubes cargaran con el mismo peso que oprimía el pecho de Leah.
El funeral se había organizado con la rapidez y el profesionalismo que un apellido como Presley exigía; sin embargo, nada de eso suavizaba el temblor en las manos de la heredera mientras permanecía de pie, frente a los dos ataúdes donde descansaban sus padres.
La sala velatoria estaba en silencio, excepto por el murmullo suave de los presentes. Directivos, socios, empresarios, conocidos de décadas… todos vestidos de negro.
Pero para Leah, eran sombras. Sombras sin forma. Sombras que se movían a su alrededor pero que no lograban atravesar el espesor de su dolor.
Ella apenas respiraba.
Kevin estaba detrás de ella, sin invadir su espacio, pero lo suficientemente cerca para que su sola presencia sostuviera su columna. Su mirada azul permanecía fija en Leah, en cada mínimo temblor, en cada respiración rota.
Jamás la había visto así. Jamás había visto a