La mañana amanecía tranquila en la Villa La Matilde, teñida por un cielo pálido que todavía dudaba en despertar. La luz entraba por las ventanas como un susurro delicado, deslizándose por las paredes, tocando suavemente los muebles y anunciando un día más… uno que, para Leah Presley, cambiaría por completo.
Ella terminaba de ajustar la fina prenda de seda sobre sus hombros, acomodando los botones con pequeños movimientos de sus dedos. Aún quedaba un leve rastro de sueño en su rostro, pero había serenidad en su mirada.
Un suspiro suave escapó de sus labios mientras observaba su reflejo. Algo en su interior parecía… distinto. Como si después de la noche anterior, donde el silencio con Kevin había sido cálido, por primera vez en mucho tiempo sintiera una calma casi peligrosa.
Justo cuando bajó la mirada para tomar su bolso, el teléfono vibró sobre la mesa.
Un número desconocido parpadeaba en la pantalla.
Leah frunció el ceño.
—¿Sí? —respondió con naturalidad.
Hubo un breve silencio del o