La Villa La Matilde parecía contener el aliento aquella noche. Las lámparas colgantes derramaban una luz suave, dorada, que se extendía sobre la mesa del comedor como un manto cálido que invitaba al silencio. Ana había dispuesto la cena con sumo cuidado, pero más allá de la presentación impecable, el verdadero centro de atención eran ellos: Kevin y Leah, sentados frente a frente, unidos por un contrato… y por un destino que los estaba alcanzando sin que ellos pudieran evitarlo.
Leah entrelazó sus dedos sobre su regazo, intentando no observarlo demasiado. Él se veía tan serio como siempre, pero había algo distinto en la manera en que sostenía los cubiertos. Algo más contenido. Más consciente. Como si cada movimiento fuese una negociación con sí mismo.
—No sabia que no te gustaba elegir menú —murmuró Kevin finalmente, con esa voz profunda que parecía rozarle la piel.
Leah no levantó la mirada; temía que sus ojos la traicionaran.
—Ayer elegí yo —respondió, tranquila—. Hoy te tocaba a ti.