David
Ámbar se aferra a las sábanas para resistirse, pero finalmente se rinde y explota. Sigo embistiéndola hasta que termino también.
—No quiero irme —le digo mientras me recuesto junto a ella.
La luz que entra por su ventana me lastima un poco los ojos, pero eso no me impide disfrutar de las hermosas vistas. Ámbar sonríe burlona, como si le divirtiera saber que la necesito.
—Lo que tú vas a extrañar es buscar excusas para castigarme y hacer eso que haces.
Me resulta fascinante y gracioso cómo es incapaz de llamarlo «sexo anal» y al mismo tiempo disfrutarlo tanto.
Estos cinco años de abstinencia por parte de ambos han sido brutales, pero hacen que el sexo sea algo indescriptible, algo de lo que no me puedo cansar.
—Creo que ya va siendo hora de que regreses a la oficina. ¿No tienes que empacar? ¿No tienes trabajo?
—Mi trabajo es contar tus nuevas pecas. Por eso vine a tu casa, es muy importante.
Ámbar se ríe y me da otro beso que enciende mis ganas de nuevo, pero por desgracia