Ámbar
A pesar de que pretendía pasármelo bien en el almuerzo, no logré hacerlo. Todavía no he respondido a la propuesta de mis hijos de quedarme aquí esta noche. Una parte de mí sabe que no tengo que hacerlo, pero otra parte lo desea.
—Mami, no respondiste si te quedarás —me recuerda Daniel mientras terminamos de disfrutar de un delicioso y cremoso helado de chocolate—. ¿Lo harás?
—No creo que sea buena idea, niños —respondo honestamente, sin poder evitar sonrojarme—. No traje nada.
—Solo por esta noche. Hay cosas que puedes usar —dice David, que acaba de limpiarse con la servilleta—. Estarás cómoda y podrás dormir con los niños.
—Por favor, mami, por favor —me ruega mi hija, que está sentada a mi lado—. ¿Puedes quedarte?
Muchas cosas se me pasan por la cabeza. No es lo mejor, pero tal vez así pueda obtener respuestas.
—De acuerdo —respondo tímidamente—. Gracias por invitarme.
David se levanta en ese momento. Su tranquilidad es absoluta, pero por un momento me parece verle una pe