El abrazo fue un refugio, un universo cerrado donde solo existían el ritmo sincronizado de sus corazones y el olor a bergamota y acero de Gianni. Pero la realidad, como un intruso implacable, exigía espacio.
Lentamente, Ivanka aflojó su agarre, sus brazos deslizándose por los costados de Gianni hasta quedar suspendidos en el aire, como buscando aún un punto de anclaje. Gianni, a su vez, relajó la presión de sus brazos, pero no la soltó del todo. Sus manos se deslizaron hacia sus hombros, manteniéndola frente a él, a la distancia exacta donde sus miradas podían enredarse sin obstáculos.
El silencio del despacho era ahora un lienzo tenso. La luz tenue de la lámpara de escritorio dibujaba sombras profundas en el rostro marcado de Gianni, iluminando la intensidad abrasadora de sus ojos verdes.
Ivanka se hundió en ese verde, un mar tempestuoso que prometía tanto peligro como salvación. Sintió la punta de sus dedos fríos, el temblor residual que aún bailaba bajo su piel, pero el pánico habí