Mientras la penumbra acogedora de la habitación principal de la mansión Voloshyn envolvía a Gianni e Ivanka en un precario edredón de paz y agotamiento, en las entrañas mismas de Rusia, en una guarida subterránea que combinaba el lujo obsceno de un palacio con la paranoia blindada de un búnker, rugía la tormenta.
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Viktor Volkov, el Pakhan, el "Zar", estaba sentado al borde de una cama imperial de roble oscuro. La luz tenue de una pantalla curva gigantesca iluminaba su torso desnudo, revelando vendajes inmaculados pero abultados que ceñían su poderoso abdomen y parte del pecho.
Las heridas eran graves, frescas aún, un recordatorio sangriento del atentado que lo había arrastrado a las sombras. Su rostro, tallado en granito siberiano pero pálido por el dolor y la pérdida de sangre, estaba contraído en una mueca de furia impotente mientras devoraba las noticias que destrozaban su imperio en tiempo real.
Imágenes caóticas de Moscú inundaban la pantalla: calles humeantes, saqueos descontr