La crudeza del despertar anterior fue un lujo comparado con lo que siguió. Las manos de los guardias no fueron caricias, sino garras que la arrancaron del colchón mugriento. No hubo palabras, solo órdenes bruscas y tirones de cadenas.
La arrastraron de vuelta al baño de mármol negro, ese sarcófago helado. Esta vez, no hubo manos rudas restregando, solo el brutal impacto de un chorro de agua helada lanzado a presión desde una manguera. Ivanka gritó, retorciéndose como un animal herido sobre el suelo resbaladizo, el agua cortando como cuchillas sobre su piel magullada y las heridas aún sensibles de la zurra. La dejaron tiritando, empapada, tendida como un trapo roto, mientras arrojaban un montón de ropa negra a sus pies.
Forzó sus miembros entumecidos a moverse. La prenda era de cuero sintético, barato y rígido. Un short tan corto que apenas cubría lo esencial, ajustado y revelador. Un top sin mangas que se sujetaba con una fina tira al cuello, dejando sus hombros y brazos completamente