La conciencia regresó como una marea lenta y pesada, arrastrando consigo fragmentos de oscuridad y un zumbido persistente en los oídos. Ivanka flotaba en una bruma gris, ajena al tiempo y al espacio.
Lo primero que percibió no fue dolor, sino una sensación extraña, casi etérea: una leve caricia en su cabello. Suave, repetitiva, como el movimiento de las olas. Una voz murmuraba cerca, palabras que se deshacían como arena antes de llegar a su comprensión. Sonidos suaves, ininteligibles.
«¿Dónde...? ¿Qué...?»
Los párpados le pesaban. Intentó abrirlos, pero solo consiguió un leve temblor de pestañas. Su mente daba vueltas en un torbellino vacío. Lo último... lo último era el arrastre brutal, los gritos de los prisioneros, las manos de hierro que la arrojaban de nuevo a la celda... y luego... nada. Una oscuridad densa, absoluta.
Forzó los ojos de nuevo. Esta vez, una rendija de luz mortecina, amarillenta, filtró el mundo. Se enfocó, con esfuerzo titánico, en lo que tenía más cerca. Un hoci