Después de aquella amenaza, la discusión empezó como todo últimamente con Damian: con reproches pequeños, frases que cortaban, silencios tensos que se iban acumulando hasta volver el aire irrespirable. Estábamos en mi departamento, demasiado cerca el uno del otro, como si el espacio reducido amplificara todo lo que ya no funcionaba entre nosotros. Él caminaba de un lado a otro, hablando sin mirarme directamente, enumerando errores que yo no sabía en qué momento había cometido. Que si Gael tardaba demasiado en caer, que si yo estaba distraída, que si no estaba poniendo suficiente empeño. Yo lo escuchaba con la cabeza baja, sintiendo ese cansancio profundo que no se quita durmiendo, ese que nace cuando te das cuenta de que llevas demasiado tiempo sosteniendo algo que ya está roto.
—Tienes que acelerar las cosas —dijo finalmente, deteniéndose frente a mí—. Esto no es un juego, Viatrix. No puedo seguir esperando a que te decidas a hacer lo que tienes que hacer.
Levanté la vista. Por pri