El pasillo del spa estaba más silencioso que lo normal. No se oían las risas fingidas de siempre, ni los tacones marcando territorio. Solo el sonido lejano del agua en la fuente del patio central y el suave murmullo de una clienta en recepción. Aitana, con su bolso colgando del hombro y una carpeta de diseños nuevos entre las manos, caminaba hacia su estación cuando la vio.
Lara estaba sentada sola en uno de los sillones de la sala de espera privada. No tenía maquillaje. Vestía un conjunto sencillo, sin la exageración que solía acompañarla. Ni tacones, ni gafas oscuras, ni el aura de superioridad que normalmente parecía cargar como escudo. Solo una chica. Cansada. Inquieta. Sola.
Aitana dudó un segundo. Podía seguir de largo, fingir que no la había visto. Podía guardar el orgullo y continuar con su día como si aquella presencia no le moviera nada.
Pero no lo hizo.
Algo en la forma en que Lara apretaba los puños sobre las piernas, en cómo miraba al suelo como si quisiera desaparecer, l