La luz del atardecer se colaba cálida y dorada por la ventana del estudio de Aitana, bañando la habitación en un resplandor tenue. Ella estaba organizando unos pedidos para el salón, en calma, cuando el tintineo del buzón la hizo levantar la vista. Sobre la mesa de entrada, un sobre blanco, sencillo, destacaba por su apariencia humilde y por el nombre escrito con una caligrafía que ella reconocía al instante: era de Rebeca.
Una oleada de emociones la invadió. Recordó aquella época tormentosa cuando Rebeca, la promotora que tantas veces la había atacado y humillado, había desatado una ola de críticas y falsas acusaciones que casi le hacen perderlo todo. En esos días, mientras Aitana atravesaba el embarazo, se había sentido vulnerable, expuesta y sola, luchando contra el juicio público y contra un dolor que parecía no tener fin.
Sin embargo, algo en la carta era distinto. La letra, cuidada y pausada, expresaba arrepentimiento y, sobre todo, un deseo genuino de reconciliación. Rebeca con