El aire de la tarde estaba tibio, con un sol que lentamente se despedía en tonos dorados y rosados. El parque era un refugio de calma después de tantos días agitados. Ámbar corría delante de Aitana, con su risa ligera llenando el espacio, mientras Sebastián caminaba a su lado, observándolas con una mezcla de ternura y admiración que a Aitana le parecía casi nuevo, pero también tan necesario.
Desde que Sebastián había entrado en su vida, todo había cambiado con una suavidad que no esperaba. No solo era el hombre que la escuchaba sin juzgar, sino el que, con gestos pequeños y sinceros, le recordaba que podía amar y ser amada sin renunciar a sí misma.
-¿Listas para sentarnos un rato? -propuso Sebastián mientras se acercaban al banco bajo un árbol viejo y frondoso.
Ámbar saltó en sus brazos y luego se acomodó entre él y su madre, como si aquel fuera el lugar más seguro y natural del mundo. Aitana se sentó lentamente, dejando que la brisa le rozara la piel y sintiendo el peso de ese moment