El mensaje llegó sin previo aviso a su correo, apenas un "Estoy abajo".
Ningún emoji. Ningún intento de suavizar el golpe. Solo esas dos palabras. Aitana se quedó inmóvil en medio del pasillo, con la brocha aún húmeda de pintura en una mano y el corazón en la otra. Su primera reacción fue ignorarlo. Bloquearlo. Dejarlo plantado, como tantas veces ella se sintió. Pero no. Sus piernas se movieron antes que su lógica. Como si el cuerpo la arrastrara hacia lo que su mente aún no terminaba de permitir. Bajó con la bata manchada, la cara lavada, las uñas sin hacer. Y, sin embargo, cuando Iker la vio desde el auto, se le notó el impacto. Esa mezcla entre deseo antiguo y miedo a que ya no sea bienvenido. Ella no sonrió. Solo se cruzó de brazos frente a él. -¿Por qué estás aquí? -No me respondías. Quería verte -dijo él, con la voz baja, cargada de ese tono que usaba cuando sentía que la estaba perdiendo. Ella miró hacia otro lado. No tenía fu