Capítulo 7. Seducción.
A las 6:50 de la mañana, Renata estaba parada frente a la imponente Torre Reforma. El rascacielos de cristal y acero parecía una aguja clavada en el cielo gris de la Ciudad de México. Se sentía minúscula, como una hormiga a punto de ser aplastada por una bota gigante.
Se alisó la falda negra de tubo, la única formal que tenía, y respiró hondo.
—Tú puedes, Renata —se dijo a sí misma para darse ánimo—. Es solo un trabajo. No dejes que te vea llorar.
Entró al lobby. Todo era lujo silencioso. Mármol, guardias de seguridad que parecían modelos y gente corriendo con cafés caros en la mano. Cuando dio su nombre en la recepción, la chica la miró con curiosidad.
—Ah, sí. La señorita Flores. El señor Ávalos dejó órdenes estrictas. Pase directo al elevador privado del ático.
Renata sintió un hueco en el estómago. El elevador privado. Una jaula de cristal que subía a toda velocidad hacia la boca del lobo.
Las puertas del elevador se abrieron en el piso 40.
No había recepción ahí. El elevador daba