Capítulo 4. El desprecio.
Después del acto, se quedó inmóvil sobre ella, pesado, sudoroso, el corazón martilleándole contra las costillas como un pájaro atrapado que poco a poco se rendía. El aire olía a sexo agrio, a alcohol y a sal. A derrota.Renata esperó a que él se apartara, a que el asco o la culpa lo hicieran retroceder, pero eso no sucedió de inmediato. La respiración de Bruno, que había sido un jadeo animal, se fue volviendo profunda y arrítmica. El peso de su cuerpo inerte comenzó a aplastarla, no como un amante, sino como una losa de mármol.El alcohol y el agotamiento brutal del duelo le habían cobrado la factura. Bruno se había desplomado, cayendo en un abismo negro e inconsciente justo encima de ella.Renata, sintiendo la asfixia y el calor pegajoso de su piel contra la suya, lo empujó con extrema suavidad. Tenía miedo de despertarlo, miedo de romper esa tregua involuntaria. Logró que él rodara hacia el costado, cayendo pesadamente sobre el colchón revuelto. Él soltó un gruñido ininteligible y
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