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Capítulo 4 – Cenizas bajo los pies

El aire en la casa principal era denso, perfumado y cuidadosamente contenido. Cada cuadro enmarcado, cada flor en el jarrón, cada alfombra perfectamente alineada parecía estar ahí para recordar quiénes mandaban en ese mundo: los Del Monte.

María Elena no había pisado ese comedor en años. Ahora, de pie junto a la enorme mesa de madera tallada, se sentía como una intrusa en su propia historia.

—Qué sorpresa verte de nuevo por aquí —dijo una voz suave, pero cortante como una navaja.

Doña Hortensia Del Monte. Alta, impecable, con el cabello recogido en un moño que no admitía errores. La madre de Leonel.

María Elena giró lentamente.

—Gracias por permitirme volver a trabajar aquí —dijo, manteniendo la compostura.

—Fue idea de Alberto —respondió la mujer, sentándose en la cabecera de la mesa—. Yo solo me limito a observar.

Leonel ya estaba en su lugar, bebiendo vino con una expresión ausente, como si todo le resultara indiferente. Pero no lo era. María Elena lo sabía. Lo conocía mejor que nadie.

—Siéntate, por favor —añadió la señora, con una sonrisa forzada.

María Elena obedeció. La mesa estaba llena de platos de porcelana, cubiertos brillantes, servilletas de lino blanco. Todo tan opulento como siempre.

Pero en medio de esa perfección, ella no encajaba. No lo había hecho nunca.

—¿Sigues sin familia? —preguntó de pronto la mujer, removiendo el té con aire despreocupado.

—Así es —respondió ella con voz firme—. Mi madre murió cuando era pequeña y nunca conocí a mi padre.

—Ah, sí. Lo recuerdo —dijo la mujer, como si estuviera recordando el estado de una propiedad—. Qué tragedia. Aunque debo decir que lograste mantenerte… bastante decente.

María Elena no bajó la mirada. No iba a permitir que la humillaran con cortesía.

—Hice lo que pude, señora. Como todos.

Leonel dejó la copa de vino con un golpe suave, pero audible.

—¿Terminamos con la entrevista? Estoy empezando a perder el apetito.

Su madre lo miró con reproche, pero no dijo nada más. El silencio que siguió fue incómodo, espeso.

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Cuando la cena terminó, María Elena salió al jardín. Necesitaba aire. Sus manos temblaban, aunque su rostro había permanecido firme todo el tiempo. Las palabras de Hortensia habían sido elegantes… pero hirientes. Como siempre.

Entonces escuchó pasos detrás de ella.

—¿Por qué viniste a la cena? Sabías que mi madre haría esto —dijo Leonel, encendiendo un cigarro y dándole una calada sin mirarla.

—Porque no pienso esconderme de nadie —respondió ella—. Ni siquiera de ella.

Leonel soltó una risa seca.

—Sigues igual. Firme. Orgullosa. Bonita.

Ella lo miró de reojo.

—Y tú sigues sin saber cuándo callarte.

Él la observó en silencio. Su rostro, a la luz de la luna, tenía algo vulnerable. Algo que no le había visto antes.

—Mi madre nunca te aceptó. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo supe desde el primer día.

Leonel apretó los labios. Parecía querer decir algo más, pero no lo hizo. En lugar de eso, se quedó quieto… recordando.

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🕰️ 5 años atrás

María Elena estaba sentada junto a la fuente del jardín, leyendo un libro viejo, cuando escuchó risas acercándose.

—¿Quién es esa? —preguntó una voz femenina, cargada de burla.

—Una empleada —respondió otra voz, conocida. Era una prima de Leonel.

—Dicen que Leonel anda detrás de ella.

—¿Con esa? Por favor, es un capricho. Una más. Cuando se aburra, se va.

María Elena se quedó quieta, sin moverse, sintiendo cómo algo dentro de ella se rompía.

Ese día, por primera vez, empezó a dudar del amor de Leonel.

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🕰️ Fin del flashback

—No eras un capricho —dijo Leonel de pronto, como si la leyera—. Nunca lo fuiste.

Ella lo miró, sorprendida.

—¿Y por qué nunca lo dijiste en voz alta? ¿Por qué nunca me defendiste?

Leonel la miró con una mezcla de culpa y dolor.

—Porque tenía miedo de perderlo todo. Y al final… te perdí a ti.

María Elena bajó la mirada. Las palabras habían llegado tarde. Dolían. Pero también dejaban una grieta por donde podría entrar algo nuevo… aunque fuera peligroso.

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Esa noche, al regresar a su habitación, no pudo dormir.

Las palabras de Leonel flotaban en su mente.

"No eras un capricho."

Y sin quererlo, una parte de su corazón comenzó a escuchar lo que había prometido ignorar.

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