La finca se vestía de gala. Esa noche habría una cena formal organizada por doña Cecilia en honor a unos socios de Leonel. Los nombres importantes siempre eran una excusa para alardear, pero también una oportunidad perfecta para que la familia mostrara su "unidad" al mundo. Todo tenía que verse perfecto. Impecable.
María Elena nunca se sintió más fuera de lugar.
Su vestido azul oscuro, sencillo pero elegante, contrastaba con los brillos exagerados de las otras mujeres. Caminaba entre conversaciones forzadas, risas fingidas y miradas inquisitivas. Algunas personas la saludaban por cortesía, otros simplemente la ignoraban. Pero nadie era más evidente que Isadora, quien desfilaba como si fuera la dueña del lugar.
Leonel la había buscado apenas llegó, intentando estar cerca de ella en todo momento. Se notaba nervioso, incómodo, como si temiera que todo estallara.
—Si en algún momento te sientes mal, me avisas —le susurró al oído, con una preocupación real—. No tienes que aguantar nada.
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