El domingo amaneció cargado de un calor seco, como si hasta el cielo se resistiera a moverse. En la finca, el ambiente estaba tenso desde que se anunciara una visita de los socios principales, encabezada por un hombre que Doña Hortensia quería impresionar.
Leonel sabía que no era más que una excusa.
Una forma de recordarle su lugar.
Un intento de controlarlo.
Otra jugada más de su madre.
Pero esta vez, no iba a quedarse en silencio.
—¿De verdad piensas sentarte en esa mesa con esa ropa? —dijo Doña Hortensia con voz baja pero afilada, viéndolo con desaprobación desde el otro lado del comedor.
Leonel llevaba una camisa sencilla y un pantalón de mezclilla. Ni traje ni corbata.
—No voy a fingir ser alguien que no soy —respondió sin mirarla.
—Eres un Del Monte. Fingir viene con el apellido.
—Entonces tal vez ya no quiero ser un Del Monte.
La frase cayó como un cuchillo.
Claudia, sentada al lado, disimuló una sonrisa tensa.
Doña Hortensia lo miró con frialdad, sin pestañear.
—Todo esto es p