Tara Miller, es hija de una de las más poderosas hacendadas de la región, su madre, Sofía Miller es una madre sobreprotectora quien se encarga de encontrar al hombre indicado para entregarla en matrimonio a espaldas de ella, después de recibir una noticia. Alexander Cooper, tentado por la rebeldía de Tara, decide entrar en el plan de Sofía, pero todos sus planes se ven tirados a la borda, cuando los sentimientos se ven involucrados sin previo aviso pero... Las reglas del juego han cambiado y Tara a su corazón ha entrado, enseñándole que no siempre la vida se rige de reglas.
Leer másLa espuma se expande a lo largo de la superficie de la bañera. El olor a jazmín inunda el cuarto de baño, ella lentamente asciende a la superficie, dejando que sus cabellos castaños se queden adheridos a su pálida piel. Atrapa aire bruscamente, mientras que con ambas manos se retira el cabello de su rostro.
—Tu madre sigue esperando en el comedor, Tara.
Tara pone los ojos en blanco al comentario de su querida nana Julya. Estaba harta de las reglas de su propia madre, el horario de la cena, el cómo tiene que portarse, la forma de vestir y, la forma de hablar. Simplemente es absurdo para ella. Ya iba a cumplir veintiún años y rogaba a Dios poder irse un día de la hacienda, un lugar al que considera una cárcel de oro. Sus ojos se detienen en su nana, mientras ella atrapa una toalla almidonada y la deja desenrollarse libremente hasta sus pies. La extiende hacia Tara en señal de: "Sal de la bañera, ahora" a ella solo le queda aceptarla.
—Estoy tan harta... ¿Ahora no puedo tomarme una ducha?
—Puedes, pero creo que dos horas son algo exagerado. Sabes cómo es tu madre, su techo...
Tara finaliza la frase por ella.
—...sus reglas.
—Exacto. Parece ser que no te importa al desobedecer cada orden de ella. Y yo ya no puedo estar metiendo pretextos para salvarte ese lindo y pálido cuello, Tara.
Termina de cubrirse con la toalla, Tara puede sentir el tono cansado de su nana, tenía razón en decirlo.
—No lo hagas a partir de ahora. Yo misma me salvaré este lindo y pálido cuello, además no puedes salvarme cada vez de que mi madre le da una rabieta por nada.
La nana Julya toma asiento en la orilla de la cama, mira hacia el gran ventanal que forma gran parte de la habitación. Tiene una esplendorosa vista al jardín principal de la hacienda, mientras Tara se pierde dentro de su armario para buscar ropa, después de diez minutos sale vestida con un sencillo conjunto: Pantalones negros, pareciera una segunda piel, sus botas debajo de la rodilla, una blusa de cuadros de color rojo con negro, de último momento decide dejarse el cabello suelto.
—Vamos. —dice ella acercándose a la puerta.
—Creo que podrías ponerte algo de maquillaje, estás demasiado pálida. Además, hay visita. ¿Recuerdas?
—Viene a ver a mi madre, no a mí. —Refunfuña, — Así que bajemos—Tara le regala una sonrisa a su nana, quien suelta un suspiro drástico, en señal de irritación.
—Cómo te gusta hacer que tu madre se moleste. Esta noche espero termine sin una pelea.
Tara espera en la puerta a su nana, y la rodea del brazo.
—Tranquila. Cenaré y me portaré como toda una señorita Miller ante nuestro invitado. Pero a la primera provocación de ella, me disculparé y me retiraré de la mesa sin decir nada. Ahora, ¿Con eso podrás dormir? —su nana negó con una sonrisa.
Caminan por el largo pasillo que las llevaría hacia a las escaleras principales, y de ahí al comedor principal.
Bajaron entre risas por las ocurrencias de Tara. Julya suspiró al dejarla al final de los escalones de madera, ya que tenía que revisar que la cocina estuviera perfectamente funcionando. El retraso de Tara para llegar al comedor había provocado que el tiempo de la cena se pospusiera. Había llegado el hombre que sería el nuevo socio de Sofía Miller y ésta le había ordenado a Julya que bajara con su hija en un corto tiempo, o ella misma iba por ella y eso no iba a terminar bien la noche aunque tuviesen visita.
Sofía Miller le ofrecía la mano al hombre apuesto que estaba entrando al comedor principal.
—Bienvenido a la Hacienda Miller, señor Cooper.
—Puede decirme Alexander.
El joven alto y muy apuesto, dejaba un beso en el dorso de Sofía. Ella sonrió a tal gesto.
—Podemos pasar a mi despacho, señor... perdón. Alexander. —se corrigió al instante. Alexander solo hizo un gesto con sus labios muy parecido a una sonrisa.
—Después de usted, señora Miller.
—Sofía. Si vamos a dejar a un lado las formalidades...—segundos después entraron al despacho.
***
— ¿Ahora soy yo quien espera? —murmuró Tara mientras dio un sorbo a su copa de agua.
La encargada de servir la cena estaba en la entrada a la gran cocina en espera de Sofía y así poder servir la cena.
— ¿No ha salido tu madre del despacho? —Preguntó Julya cuando puso una cesta de pan en medio de la mesa. Tara soltó un bufido y negó. Estaba irritada. Tenía hambre pero solo por fastidiar a su madre, podría irse a la cama sin cenar.
Julya al leer las intenciones de Tara, está le advirtió:
—Ni se te ocurra jovencita. Esperas a tu madre ahí mismo, no quiero tener que jugarme de nuevo el pellejo en dar explicaciones del por qué no has esperado.
Tara sonrió.
—Lo sé. Seguiré con mi palabra de no preocuparte, nana.
—Eso espero, Tara.
Minutos después, se escucharon voces venir del pasillo principal. La risa de Sofía se escuchó, Tara levantó la mirada y arrugó el entrecejo, intrigada por escuchar reír a su madre. Sofía no era de reír, a menos que fuera...no. Nunca reía. Los recuerdos que intentaba buscar Tara dentro de su cabeza solo para confirmar que hubo un tiempo en que si lo hacía, pero eran borrosos esos recuerdos. Sofía entró al gran comedor principal, y segundos después entró detrás de ella, el invitado. Alexander retiraba sus manos que se encontraban dentro de ambos bolsillos del pantalón cuando su mirada se encontró con la de Tara y se quedó prendado de los hermosos ojos verdes esmeraldas de la mujer que estaba a unos cuantos metros delante de él.
—Tara, te presento a Alexander Cooper.
Muchos, muchos años después…El tiempo pasa y no se detiene, las situaciones como el secuestro, el ver a alguien morir frente a nosotros, de cierta manera me habían marcado en el alma, como un recordatorio de que nadie tiene la vida comprada, que todos tenemos una cita con la muerta, pero mientras llegase el día, tenías que abrazar la vida.Esas palabras siempre se había remarcado en el camino a nuestras gemelas, que vivieran la vida y la disfrutaran al máximo.Alexander sonríe cuando alcanza mi mano, la eleva lentamente a sus labios y deja un beso tierno, sincero y luego la entrelaza con la suya, el ruido de las olas golpear, se había hecho parte de nuestra música de fondo cuando compramos la casa de la playa, habíamos decidido vivir nuestros últimos años juntos, cerca del mar.Alexandra se había casado dos a&nt
Quince años después…Las campanas suenan, Tara y Alexander están en la primera fila viendo como una de sus pequeñas gemelas, daba el sí en el altar ante todos. Elizabeth se limpia una lágrima que cayó discretamente por su mejilla, el hombre a su lado, en traje elegante, le entrega una mirada cargada de amor, un amor que sería para todo una vida.Tara desvía su mirada hacia su otra gemela, quien luce un hermoso traje de dama de honor a lado de la n
Alexander Cooper Ginger había parado a la cárcel cuando se develó que era cómplice de Iker en el secuestro, ahora, le deparaba muchos años en ese lugar. Ha pasado casi un año desde que Wood nos había dejado, Tara aún se le veía aquel brillo de nostalgia, sabía que después de terapias, ella no volvería a ser la misma de antes: la pérdida de nuestro bebé, la de su padre y el trauma del secuestro. ¿Quién en su sano juicio quedaría de nuevo como antes? Nadie. Intentaba volverle a mostrar el camino de regreso a Tara, pero algo nos cambió, cambió nuestro matrimonio, nos hizo de alguna manera…madurar más. Nuestras metas crecieron, nuestros proyectos se expandieron, ahora, Tara estaba más entregada a su familia, trabajo y…a nosotros en nuestra intimidad. “Las reglas del juego han cambiado, señor Cooper.” Empujo la puerta del bar, la gente que pasa a mi lado me saluda de manera sonriente y efusiva, las hermosas m
Tara Cooper —Iker, por favor, —suplico cuando veo que sus guardaespaldas avanzan hacia a mi padre y Cooper, ellos no se mueven, pero veo la mirada de mi padre, sus intenciones son demasiado claras y evidentes para mí, mis ojos un poco más y todo se vuelve en cámara lenta, mi padre comienza a disparar con mucha agilidad, Iker tira de mí con mucha fuerza, haciendo que tropiece con el estúpido vestido, suelto un grito de dolor al caer, Iker con ira, tira de mi cabello para arrastrarme sin darme oportunidad de levantarme, tira de nuevo para avanzar hacia el helicóptero, chillo del dolor, el escozor crece, me alcanza a levantar del brazo en un solo movimiento, se gira hacia a mí y siento un piquete, luego dejo de sentirlo, él sonríe y me suelta bruscamente para caer al suelo como un simple costal de papas, levanto la mirada y Cooper está sobre él, peleando, puño cerrado, de fondo, gritos, más disparos, me cubro con mis brazos sobre mi cabeza, perma
Alexander Cooper Estoy a punto de perder la cordura cuando llegamos al lugar que muestra el GPS del auto de Tara, pero ella no está, el lugar esta desierto, no hay absolutamente nada, solo árboles. —Esto…—Seymour no puede terminar de decir su oración cuando la ira lo envuelve.— ¡Maldito!—lo apoyo en ello. —Esto lo veía venir, es un anzuelo...—dice Bryan, el cabeza del grupo de táctica de Tanori. Wood se gira hacia él con la ira latente en él.—Tengo otro equipo en otra área, así qué no todo está perdido, Wood.—puedo ver un poco de duda en su mirada. — ¡Jefe!—escuchamos a un hombre a nuestras espaldas, todos nos giramos, escucha algo por el radio que tiene en la mano.—Han encontrado a Abner.—pero ya no dice nada más, niega dos veces, miramos a Bryan quien da las gracias con un movimiento de barbilla. — ¿En qué parte?—el hombre finalmente se acerca hasta n
Tara Cooper Despierto cuando siento un golpeo de agua en mi rostro, no recuerdo en que momento he perdido la conciencia, reacciono asustada, el frío me eriza y me tensa la piel, cuando intento moverme, me doy cuenta de que mis manos están atadas a mi espalda. —Señora Cooper, ya era hora que despertara. —entro en pánico al escuchar esa voz, tira de mi cabello húmedo para que lo mire a la cara. —Por favor, no…—tira con más fuerza—…me duele. —gimoteo del dolor, abro los ojos, él sonríe triunfante a mi dolor.
Último capítulo