Indomable: Cuando las reglas del juego cambian
Indomable: Cuando las reglas del juego cambian
Por: maracaballero
Capítulo 1. "Un invitado"

La espuma se expande a lo largo de la superficie de la bañera. El olor a jazmín inunda el cuarto de baño, ella lentamente asciende a la superficie, dejando que sus cabellos castaños se queden adheridos a su pálida piel. Atrapa aire bruscamente, mientras que con ambas manos se retira el cabello de su rostro.

—Tu madre sigue esperando en el comedor, Tara.

Tara pone los ojos en blanco al comentario de su querida nana Julya. Estaba harta de las reglas de su propia madre, el horario de la cena, el cómo tiene que portarse, la forma de vestir y, la forma de hablar. Simplemente es absurdo para ella. Ya iba a cumplir veintiún años y rogaba a Dios poder irse un día de la hacienda, un lugar al que considera una cárcel de oro. Sus ojos se detienen en su nana, mientras ella atrapa una toalla almidonada y la deja desenrollarse libremente hasta sus pies. La extiende hacia Tara en señal de: "Sal de la bañera, ahora" a ella solo le queda aceptarla.

—Estoy tan harta... ¿Ahora no puedo tomarme una ducha?

—Puedes, pero creo que dos horas son algo exagerado. Sabes cómo es tu madre, su techo...

Tara finaliza la frase por ella.

—...sus reglas.

—Exacto. Parece ser que no te importa al desobedecer cada orden de ella. Y yo ya no puedo estar metiendo pretextos para salvarte ese lindo y pálido cuello, Tara.

Termina de cubrirse con la toalla, Tara puede sentir el tono cansado de su nana, tenía razón en decirlo.

—No lo hagas a partir de ahora. Yo misma me salvaré este lindo y pálido cuello, además no puedes salvarme cada vez de que mi madre le da una rabieta por nada.

La nana Julya toma asiento en la orilla de la cama, mira hacia el gran ventanal que forma gran parte de la habitación. Tiene una esplendorosa vista al jardín principal de la hacienda, mientras Tara se pierde dentro de su armario para buscar ropa, después de diez minutos sale vestida con un sencillo conjunto: Pantalones negros, pareciera una segunda piel, sus botas debajo de la rodilla, una blusa de cuadros de color rojo con negro, de último momento decide dejarse el cabello suelto.

—Vamos. —dice ella acercándose a la puerta.

—Creo que podrías ponerte algo de maquillaje, estás demasiado pálida. Además, hay visita. ¿Recuerdas?

—Viene a ver a mi madre, no a mí. —Refunfuña, — Así que bajemos—Tara le regala una sonrisa a su nana, quien suelta un suspiro drástico, en señal de irritación.

—Cómo te gusta hacer que tu madre se moleste. Esta noche espero termine sin una pelea.

Tara espera en la puerta a su nana, y la rodea del brazo.

—Tranquila. Cenaré y me portaré como toda una señorita Miller ante nuestro invitado. Pero a la primera provocación de ella, me disculparé y me retiraré de la mesa sin decir nada. Ahora, ¿Con eso podrás dormir? —su nana negó con una sonrisa.

Caminan por el largo pasillo que las llevaría hacia a las escaleras principales, y de ahí al comedor principal.

Bajaron entre risas por las ocurrencias de Tara. Julya suspiró al dejarla al final de los escalones de madera, ya que tenía que revisar que la cocina estuviera perfectamente funcionando. El retraso de Tara para llegar al comedor había provocado que el tiempo de la cena se pospusiera. Había llegado el hombre que sería el nuevo socio de Sofía Miller y ésta le había ordenado a Julya que bajara con su hija en un corto tiempo, o ella misma iba por ella y eso no iba a terminar bien la noche aunque tuviesen visita.

Sofía Miller le ofrecía la mano al hombre apuesto que estaba entrando al comedor principal.

—Bienvenido a la Hacienda Miller, señor Cooper.

—Puede decirme Alexander.

El joven alto y muy apuesto, dejaba un beso en el dorso de Sofía.    Ella sonrió a tal gesto.

—Podemos pasar a mi despacho, señor... perdón. Alexander. —se corrigió al instante. Alexander solo hizo un gesto con sus labios muy parecido a una sonrisa.

—Después de usted, señora Miller.

—Sofía. Si vamos a dejar a un lado las formalidades...—segundos después entraron al despacho.

***

— ¿Ahora soy yo quien espera? —murmuró Tara mientras dio un sorbo a su copa de agua.

La encargada de servir la cena estaba en la entrada a la gran cocina en espera de Sofía y así poder servir la cena.

— ¿No ha salido tu madre del despacho? —Preguntó Julya cuando puso una cesta de pan en medio de la mesa. Tara soltó un bufido y negó. Estaba irritada. Tenía hambre pero solo por fastidiar a su madre, podría irse a la cama sin cenar.

Julya al leer las intenciones de Tara, está le advirtió:

—Ni se te ocurra jovencita. Esperas a tu madre ahí mismo, no quiero tener que jugarme de nuevo el pellejo en dar explicaciones del por qué no has esperado.

Tara sonrió.

—Lo sé. Seguiré con mi palabra de no preocuparte, nana.

—Eso espero, Tara.

Minutos después, se escucharon voces venir del pasillo principal. La risa de Sofía se escuchó, Tara levantó la mirada y arrugó el entrecejo, intrigada por escuchar reír a su madre. Sofía no era de reír, a menos que fuera...no. Nunca reía. Los recuerdos que intentaba buscar Tara dentro de su cabeza solo para confirmar que hubo un tiempo en que si lo hacía, pero eran borrosos esos recuerdos. Sofía entró al gran comedor principal, y segundos después entró detrás de ella, el invitado. Alexander retiraba sus manos que se encontraban dentro de ambos bolsillos del pantalón cuando su mirada se encontró con la de Tara y se quedó prendado de los hermosos ojos verdes esmeraldas de la mujer que estaba a unos cuantos metros delante de él.

—Tara, te presento a Alexander Cooper.

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