Finalmente subimos al helicóptero. El ruido dentro es ensordecedor, pero no es suficiente para ahogar los pensamientos en mi cabeza. Mientras el aparato se eleva lentamente, no dejo de mirar por la ventana, hacia el bosque, ahora reducido a una vista tenue e impenetrable. Mi corazón está ahí abajo, atrapado entre las sombras y el peligro.
—Papá, ¿y si atrapan a Gerónimo? —murmuro, apenas audible. —Entonces, hija —contesta con esa voz llena de autoridad que siempre tiene—, haremos todo lo que esté en nuestras manos para recuperarlo. No olvides quién es Gerónimo. Su respuesta, aunque serena, no me tranquiliza. En este mundo, todo tiene un precio, y el amor siempre parece ser la moneda más cara. No quiero imaginarme si vuelven a raptar a Gerónimo. Miro a Mateo, que se negó a quedarse con sus compañeros e insistió en a