Romano levanta una ceja y sonríe apenas. Sé que esas palabras lo enorgullecen, aunque él lo disimula como siempre. Es un hombre que aprecia el sacrificio, el esfuerzo y la responsabilidad, cualidades que ve reflejadas en el joven que ahora forma parte de su familia.
—No hace falta, ya yo le compré una —contesta Romano. Le da el niño a Daniela y rebusca en una gaveta—. Toma, Hugo. Váyanse ahora mismo a verla, arréglala a su gusto, y Daniela, paga todo con la tarjeta que te di. —No hace falta, tío —contesta Hugo—. Yo también tengo dinero de mi trabajo. —Claro que tienes dinero, Hugo, pero déjame hacer esto por Daniela y mi nieto —dice mientras empuja el sobre con las llaves hacia él con un gesto firme—. Acéptalo como mi regalo de bodas. Es mi regalo de boda; tú deja tu dinero para tus hijos. ¿Qu&eacu