Miro a Romano, quien está furioso con mi hijo Hugo y su hija Daniela, que sostiene a mi nieto en sus brazos. Al fin hemos ido a contarle toda la verdad. Todavía no lo puede creer y nos mira como si hubiéramos cometido la peor traición. De cierta manera, lo es. Estos dos muchachos tuvieron un hijo entre ellos sin decirnos nada. Sin embargo, no quiero que nuestra hermandad se vea afectada.
—Cálmate, Romano, ya los chicos se pusieron de acuerdo —le digo, tratando de que las cosas no se salgan de control. Estoy feliz de que ellos hayan resuelto sus diferencias y todo haya salido bien. —¿Y en qué, si se puede saber? —pregunta, muy molesto. —Nos casamos, tío —dice Hugo con firmeza. Las palabras de Hugo hacen que Romano se quede inmóvil, alternando su mirada entre la desafiante expresión de mi hijo y el rostro tímido de Daniela, qu