La mujer frente a mí, mi “madre verdadera”, según sus palabras, parece batallar con sus emociones. Sus manos tiemblan levemente mientras se lleva una al pecho.
—Guido, es complicado. Yo no puedo explicártelo todo. Solo te pido que hables con él —su voz se quiebra al final. —¿De verdad está diciendo que es mi verdadera madre? ¿Lo dice en serio? —pregunto de nuevo, sintiendo una extraña esperanza. —Sí, esa que vivió contigo en mi lugar no tiene ninguna relación contigo. No es nada tuyo, solo una vil impostora —dijo con furia en su mirada—. Dame tu mano. Me lo pide y se la doy automáticamente, todavía sin creer lo que me dice, pero el inmenso amor que veo en sus ojos hace que, muy en el fondo de mi corazón, surja el deseo de que lo que me dice sea cierto. Así es como debe mirar una