Las palabras de Cecil se sienten como un balde de agua helada que me arranca abruptamente de la calidez del momento. La mamá de Cristal. La conexión que tengo con ese nombre y lo que representa es imposible de ignorar. Mi cuerpo, aún tembloroso por la intensidad del abrazo, se tensa de inmediato y la preocupación invade cada rincón de mi mente.
—¿Qué exactamente pasó? —pregunta papá con angustia. Tomo el teléfono y veo que es verdad. Miro el celular, nervioso, desplazando los dedos en la pantalla para repasar el mensaje. —Vamos —dice papá—. Guido, sígueme con Cecil en tu auto. Yo iré con Lena en el mío. —Está bien, papá —contesto, corriendo con Cecil hacia nuestro auto. —Llame al abogado para que cambie el turno —me recuerda mientras se dirige a su auto.