Fabrizio me aprieta el hombro, y sé lo que quiere decirme sin palabras: calma, primero calma. Pero en este momento, la calma es un lujo que mi corazón no puede permitirse.
—Llévame con ella, Colombo —ordeno, levantándome y dejando el vaso a un lado—. Quiero verla ahora mismo.—Hazle caso a Colombo, mi hermano. Es muy tarde y ella debe estar dormida —dice Fabrizio—. Mañana temprano vamos. Ahora acuéstate, descansa. Mañana será otro día.Colombo asiente y se pone de pie, su expresión convirtiéndose nuevamente en la del hombre serio y calculador que siempre ha sido.—¿Creen que voy a poder dormir con esta agonía? ¡Necesito ver a mi Rosi con mis propios ojos! ¡Llévame, Colombo, o me iré solo! —exijo de nuevo, aunque doy tumbos.—Mira la hora que es, Giovanni, no seas loco —me dice Colombo