Miro a Rosa, o Rosalía, toda ensangrentada, todavía colgada de las cadenas. No la maté, ni tuve que emplear muchas técnicas para sacarle la verdad. La historia es tan torcida que aún no la proceso. No puedo creer que ese monstruo haya compartido mi vida todos estos años. La observo, tratando de decidir qué hacer con ella, cuando el timbre de su teléfono me saca de mi enajenación. Es Colombo, que me grita:
—¡Giovanni, sé lo que estás haciendo ahora mismo! Me lo dijo Fabrizio, sal de esa habitación ahora y espérame. Ya tengo todas las respuestas. ¡Giovanni, no vayas a hacer una locura! ¡Te prometo que pagará todo lo que hizo! ¡Giovanni, contéstame, sé que me escuchas!—¡Giovanni! —oigo la voz de Fabrizio mientras lo veo entrar corriendo. Me toma de la mano y me saca del lugar. Me quita el teléfono—. Ya lo