— PERSPECTIVA: Emma
No sabía cuántas veces había metido y sacado la misma blusa de la maleta. Mis manos se movían solas, doblando y desdoblando, como si en ese gesto inútil pudiera atrasar la hora de irme. El cuarto estaba en silencio, salvo por el roce de la tela y mi respiración acelerada.
Cada vez que miraba hacia la puerta, esperaba ver a Alejandro entrar y decir que todo había sido un malentendido. Que no me echaría. Que… me creía.Pero esa esperanza era ridícula. No era un hombre que dudara de lo que decía. Me agaché para guardar el último par de zapatos cuando escuché unos pasos pequeños corriendo por el pasillo. Luego, un golpe suave en la puerta.
—Emma… —La voz era tan bajita que tuve que acercarme.
Abrí y ahí estaba Daniel. Su cabello despeinado, los ojos húmedos y una determinación que no había visto en él en toda la semana.
—No te vayas.
Tragué saliva.
—Daniel… —Me agaché para estar a su altura—. No puedo quedarme. Tu tío piensa que le mentí.
—No me importa lo que él piense