El hospital estaba en silencio.
No el silencio tenso de la emergencia, ni el caos de la madrugada anterior, sino uno distinto: blanco, lento, casi respetuoso. El tipo de silencio que llega después de que la vida ha hecho su entrada con gritos y sangre y miedo… y luego se acomoda, como si pidiera permiso para quedarse.
Emma estaba semirecostada en la cama, con el cuerpo agotado y el alma aún temblando. La habitación olía a jabón neutro, a sábanas limpias, a algo nuevo. Sobre su pecho, envuelta con torpeza en una mantita demasiado grande para ella, dormía la bebé.
Tan pequeña.
Tan real.
Cada respiración de la niña era un recordatorio de que todo había cambiado… y de que, al mismo tiempo, nada estaba realmente resuelto.
Alejandro estaba allí.
No había salido desde que ella entró a la habitación. No había preguntado cuánto tiempo podían quedarse ni cuándo vendría el médico. Simplemente se sentó en la silla junto a la cama, inclinado hacia adelante, los codos apoyados en las rodillas, como