El silencio del apartamento de Mateo y Clara parecía demasiado frágil para ser real. Afuera, la ciudad bullía con sus luces y ruidos, indiferente al peligro que se cernía sobre ellos. Adentro, cada respiración era un recordatorio de lo mucho que habían arriesgado para llegar hasta allí con vida. Emma, recostada contra la pared junto a Alejandro, sentía por primera vez desde hacía días que podía soltar el aire que llevaba atrapado en el pecho. Pero la calma era engañosa, lo sabía; detrás de esa aparente quietud, la tormenta apenas comenzaba a agitarse.
Mateo había cerrado todas las cortinas y reforzado la cerradura con cuanto mueble encontró a mano. Clara, con los nervios a flor de piel, iba y venía preparando algo caliente para los demás, como si el movimiento constante pudiera evitar que su mente se llenara de pensamientos oscuros. Isabela permanecía en un rincón, con la mirada perdida en el vacío. Tenía el rostro cansado, marcado por el esfuerzo y la traición reciente de su propia s