Capítulo 71

La camioneta avanzaba sin piedad por carreteras desiertas, devorando kilómetros en la madrugada. Emma iba en la parte trasera, atrapada entre dos hombres de mirada vacía, con las muñecas atadas y el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que le iba a desgarrar el pecho. La brisa que entraba por las rendijas olía a humedad y gasolina, pero lo único que ella podía sentir era el vacío en sus entrañas.

Alejandro la había entregado.

La imagen se repetía una y otra vez en su mente como un látigo: su mano soltándose de la de él, la expresión atormentada en sus ojos, y el coche alejándola de lo único que le había dado refugio. Había jurado que nunca la soltaría, y aun así lo había hecho.

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