Jerónimo se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Verónica, hay algo importante que debemos hablar.
Su voz cambió. Se volvió grave. Algo dentro de ella se alertó.
—Te escucho.
—Es sobre tu futuro. Sabes que siempre he querido cambiar tradiciones que considero anticuadas. Pero hay expectativas que no puedo ignorar.
Verónica lo miró a los ojos. Sabía lo que venía.
—Ya tengo casi treinta años, papá.
—Y eres preciosa y brillante. Y mestiza. Y ya no tienes veinte. Todo eso hace que tu situación sea delicada.
—¿Delicada? ¿Desde cuándo ser mestiza me hace delicada? Estamos en otro siglo, papá —replicó ella. La rabia le hervía en la sangre.
—Desde siempre, y lo sabes.
Odiaba esa palabra. Mestiza. Como si fuera algo malo. Había vivido