Verónica se despertó sobresaltada: otra vez había soñado con él. El corazón le golpeaba contra las costillas, la respiración agitada, las sábanas empapadas de sudor. Una semana fuera de esa casa y todavía sentía el olor de Maximiliano en la piel, como si se hubiera impregnado en cada poro.
—Maldita sea —murmuró, pasándose las manos por la cara—. Otra vez no.
Se levantó de la cama de un salto y se metió en la ducha, girando la llave hasta que el agua salió casi hirviendo, como si el calor pudiera borrarle los recuerdos.
—Sal de mi cabeza, Lavalle.
No lo conseguía. Le daba rabia, le daba bronca, le daba una i