Liam
No duermo.
No puedo.
Cada vez que cierro los ojos, no encuentro descanso.
Es ella.
Su voz en un recuerdo. Su mirada justo antes de la caída. Su nombre, grabado con tinta viva en un rincón de mí que he intentado enterrar bajo años de silencio.
Y esa cosa, ahora. Ese rugido difuso bajo mi piel. Ese escalofrío que no pertenece ni al miedo, ni al deseo. Algo antiguo. Primitivo.
Regreso a casa de mi madre al amanecer.
Quiero respuestas.
No llamaré dos veces.
La puerta está entreabierta.
Ella sabía que vendría.
Empujo lentamente la puerta, y el olor a madera quemada, café fuerte y un incienso que no reconozco me envuelve de inmediato.
Ella está allí. En la cocina. Las manos alrededor de una taza negra. Un vestido largo, arrugado, cubierto de símbolos que nunca me he atrevido a descifrar. Su cabello recogido a la prisa. Sus ojos, fijos en mí antes incluso de que hable.
— No has dormido, dice suavemente.
— No.
Sigo de pie. No tengo ganas de jugar. No tengo ganas de dar rodeos.
— ¿Qué esc