Liam
No duermo.
No puedo.
Cada vez que cierro los ojos, no encuentro descanso.
Es ella.
Su voz en un recuerdo. Su mirada justo antes de la caída. Su nombre, grabado con tinta viva en un rincón de mí que he intentado enterrar bajo años de silencio.
Y esa cosa, ahora. Ese rugido difuso bajo mi piel. Ese escalofrío que no pertenece ni al miedo, ni al deseo. Algo antiguo. Primitivo.
Regreso a casa de mi madre al amanecer.
Quiero respuestas.
No llamaré dos veces.
La puerta está entreabierta.
Ella sabía que vendría.
Empujo lentamente la puerta, y el olor a madera quemada, café fuerte y un incienso que no reconozco me envuelve de inmediato.
Ella está allí. En la cocina. Las manos alrededor de una taza negra. Un vestido largo, arrugado, cubierto de símbolos que nunca me he atrevido a descifrar. Su cabello recogido a la prisa. Sus ojos, fijos en mí antes incluso de que hable.
— No has dormido, dice suavemente.
— No.
Sigo de pie. No tengo ganas de jugar. No tengo ganas de dar rodeos.
— ¿Qué escondes, mamá?
Ella suspira. Se sienta más profundamente en su silla. Como si el peso del mundo le hubiera caído de golpe.
— No escondo nada, Liam. Solo trato de protegerte.
— ¿Protegerme de qué?
Mi voz suena fuerte. Demasiado fuerte. Demasiado brutal para este lugar.
Pero no retrocedo.
— Desde hace un tiempo siento cosas. Veo detalles que no debería ver. Oigo murmullos en el silencio. Yo... reconozco miradas. Como si mi cuerpo anticipara mi pensamiento. Y tú, me hablas de mi padre. Hablas de cambio.
La miro fijamente.
— Entonces dime. Ahora. ¿Qué has hecho de mí?
Un silencio.
Largo. Insoportable.
Luego murmura, casi a regañadientes:
— No soy yo. Es él. Es tu sangre. No es una maldición. Es un recuerdo.
Entrecierro los ojos.
— ¿Un recuerdo?
Ella asiente.
— Lo que duerme en ti… no es nuevo. No es una mutación. Es un regreso. Una reconexión.
Se levanta, va hasta un armario de madera, saca una caja gris, abollada por el tiempo. La coloca entre nosotros. La abre.
Dentro, fotos marchitas. Trozos de hueso. Un cuaderno, encuadernado en cuero, cerrado con una correa atada.
— Tu padre no era como los demás. Y tú tampoco. Siempre lo has sentido.
— Lo que he sentido es su ausencia. Su silencio. Y tu miedo cada vez que hacía preguntas.
Ella levanta la mirada. Un dolor la atraviesa.
— Murió por una razón. Porque fue demasiado lejos. Porque despertó lo que no comprendía. Quise mantenerte alejado de todo esto. Construirte un futuro limpio. Pero la sangre, Liam... la sangre nunca miente. Regresa. Siempre.
Siento mis manos temblar.
— Entonces, ¿qué es exactamente? ¿Un poder? ¿Una maldición? ¿Una secta? ¿Una línea de monstruos? Habla claro.
Ella duda. Luego, lentamente, abre el cuaderno.
Dibujos. Círculos. Figuras animales. Textos en un idioma antiguo, casi olvidado.
— Son los hombres lobo. Así se llamaban. Tu padre era uno. Y tú, eres el último que lleva la marca. Un fragmento de lo que el antiguo mundo quiso ocultar. Un recuerdo vivo, Liam. Y se está despertando, porque el mundo a tu alrededor cambia. Porque algo se aproxima.
Retrocedo, golpeado por lo absurdo. Por el horror.
— ¿Quieres que crea en una fábula esotérica? ¿Que soy... un fragmento vivo de un orden olvidado?
Ella cierra el cuaderno. Cruza los brazos.
— No necesitas creerlo. Ya lo eres.
Siento que mi respiración se acelera. Mi garganta se aprieta.
No eso.
Y, sin embargo, en el fondo de mí, una parte ínfima demasiado lúcida comprende que todo encaja. Que todo tiene sentido. Que esta atracción hacia ella, este vínculo que me escapa... quizás no sea solo humano.
Murmuro, casi para mí mismo:
— Ella también cambia.
Mi madre me mira, seria.
— Ella es como tú. Marcada. Quizás de forma diferente. Pero no nació en este papel. Lo conquistó. Y ha despertado algo en ella. Por eso la sientes tan fuerte. Por eso te reconoce, aunque se niegue a admitírselo.
Retrocedo un paso.
Quiero salir. Respirar. Huir de esta verdad que quema.
Pero mi madre me agarra del brazo. Su mirada se hunde en la mía.
— No puedes dar marcha atrás, Liam. No es una historia de romance que reparar. No es una venganza que cumplir. Es más que eso. Es el comienzo.
— ¿El comienzo de qué?
Un silencio.
Luego, lentamente, responde:
— De una lucha que aún no comprendes. Pero que tu sangre ya conoce.
Permanezco allí, inmóvil.
Siento que no me dice todo.
Quiero profundizar.
Murmuro, casi dudoso:
— ¿Y los lobos...?
Ella cierra los ojos un momento, respira hondo, como para reunir una fuerza que aún se niega a compartir.
— Sí, hay lobos, Liam. Seres ligados a la sangre y a la luna. Pero es otra historia. Una parte que aún no puedo explicarte. No ahora.
Su silencio es un muro.
Sé que detrás hay más.
Pero aún no puedo alcanzarlo.
Salgo de la casa con más preguntas que respuestas.
Y en este silencio que me siue, comprendo que lo que vigila en mí es mucho más de lo que imaginaba.
Que la verdad está lejos de ser revelada.
Y que lo peor puede estar por venir.