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CAPITULO 11 El suyo era un sueño

Es momento de avanzar. Tienes que comprarte un consolador. Es la respuesta. Una vez que lo tengas, no necesitarás andar mirando hombres imposibles e incluso podrás acceder a su oferta de una campaña de marketing para tu local sin temor a quedar expuesta.

Tomó su laptop y comenzó la búsqueda, sopesando opciones. No había pensado que había tantos tipos y posibilidades y esto la hizo enredar un tanto. ¡Demonios! A ver, ella quería algo modesto, portátil, que no fuera obvio ni aberrante. ¿Tantos colores? Recordó la escena de una peli donde la cartera se abría y todos veían el objeto en cuestión.

—Calma, tu usas morral y no tienes pensado andar con tu consolador por la vida. Contrólate, vamos, tú puedes. Este…—miró uno fucsia, que se parecía a una de sus colores favorito para cobertura—. Sí, este está bien. Un poco… amenazante. Nahh, es adecuado. Decídete ya y da un paso más para ser esa mujer que deseas—recitó una frase que debía ser de alguien, pero le vino bien y asintió ante su propio empujón.

Sin pensarlo más le dio a la tecla de comprar, cerrando luego el dispositivo para evitar arrepentirse. Incitada por el repentino ramalazo de energía y disposición, buscó la tarjeta que Kaleb Monahan le había dado. Tenía su problemita resuelto, fijación con el millonario sexy repelida al comprar su primer consolador. Podía acceder a la ayuda que él había ofrecido.

Volvió a encender la laptop y se abocó a redactar un correo electrónico, aunque focalizar le costó un poco, dado que el vino, más fuerte de lo que había pensado, le estaba jugando en contra.

—Estimado señor Monahan… No, no. Muy formal—le dio con fuerza a las teclas para borrar—. Querido Kaleb… Muy cariñoso, no, no—borró—Directa, vamos. Como aprendiste en el curso comercial, anda. Empresaria empoderada, digna.

Al cabo de veinte minutos tenía todo bajo control y había enviado el mail sin más dudas. Después de todo la oferta era una gran zanahoria que necesitaba para dar nuevo impulso a Kelly´s Delicatessen. Probablemente él ni siquiera se acordaría de ella, pero nada perdía con probar y podía ganar mucho.

Si obtenía el apoyo y tenía éxito, encontraría la seguridad económica tan anhelada y se demostraría que era capaz de crear algo desde la nada y triunfar. No quería nada aparatoso, solo la oportunidad de generarse un medio de vida a largo plazo que le diera desahogo económico.

El suyo era un sueño, pero también tenía que ser sustentable y en tiempos donde el marketing lo era todo, aprovechar la mano de un

especialista que además era destacado en su campo de trabajo no podía ser despreciado por unas cosquillas en su líbido y falta de mundo. Algo que se resolvería apenas llegara su aparatito.

Tenía que sacudir mentalmente lo que la frenaba y le ponía trabas. Eso le había dicho en varias ocasiones su psicóloga. Seguro estaría satisfecha cuando le contara que comenzaba a romper otro muro. Que finalmente aceptaba esa idea de que uno podía renacer desde sus cenizas o armarse como un puzle, forzando a las antiguas piezas de su vida para rehacerse y adoptar otras formas.

Iba a tener miedo, a sufrir tentaciones y caer duro, pero se levantaría. Si una de esas tentaciones era Kaleb Monahan, debía aceptarlo como algo normal. Todas las mujeres tenían ese hombre inalcanzable al que rendían culto mental y dedicaban suspiros. Las obras de arte y los hombres bellos estaban para ser contemplados.

De mirar a degustar había un largo paso y ella tenía la confianza suficiente como para saber que no lo daría, porque no habría oportunidad real de hacerlo. <<Las estrellas en el cielo, Casie. Si una de ellas te hace un guiño, disfruta de su luz momentánea y luego te desquitas con el aparatito>>.

Satisfecha con su discurso y convencida de que había tomado las dos mejores decisiones del mes, volvió a la cama. La cabeza la estaba matando. Lo suyo no eran los copetines o el vino a granel.

Una mueca mordaz distendió su rostro en forma espontánea y se recostó hacia atrás en su asiento, elevando las piernas para colocarla sobre el escritorio, mientras sus manos sostenían su nuca. Lo que leía le provocó diversión, aunque sospechó que no sería para nada la actitud de quién le había enviado los mensajes cuando se percatara del error que había cometido.

En la pantalla se desplegaban cuatro correos electrónicos escritos y enviados por Kelly, la bella pastelera. Agradeció ser tan meticuloso en la revisión de todas las carpetas de su G***l, pues era lo que le había permitido encontrarlos en la de spam.

Durante varios días había esperado que se contactara, esperanzado en que fuera la que iniciara el vínculo, pero se había propuesto ir por ella si no daba señales en una semana. Y para su beneplácito y satisfacción de su ego, se había producido y con profusión, lo que le confirmaba que, como había sospechado, ella era deliciosamente ingenua o no muy dotada en el tema electrónico.

Era por demás claro que tres de esos mensajes eran pruebas que había realizado antes de enviar el correo final y esto arrojaba detalles más que interesantes para él. Lo primero que distinguió fue su confusión a la hora de nombrarlo: empezando por un formal Estimado Señor Monahan, pasando a un íntimo Querido Kaleb, hasta encabezar acudiendo a un De mi mayor consideración que lo hizo reír. <<Tan formal. En menos de lo que piensas te dirigirás a mí como Amo Kaleb>>, susurró.

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