Luca
La encontré en la oficina.
No en su habitación, no en el jardín donde a veces buscaba consuelo entre los rosales muertos de su madre, no en el salón donde el piano aún guardaba el eco de sus manos. No. Estaba en su despacho, de pie junto al ventanal, con una copa de whisky sin hielo entre los dedos y el mundo reflejándose en sus ojos como si fuera un enemigo más.
Y lo era.
Todo lo era para ella ahora.
Incluyéndome a mí.
—No deberías beber sola —dije desde el umbral.