Jacob se acomodó la chaqueta sobre los hombros mientras Valery sujetaba la correa de Ébano con una dulzura casi felina.
No había sol, pero por primera vez en días, el cielo no era una amenaza, solo una sábana gris que parecía cubrirlo todo sin intención de caer.
Caminaban juntos por un sendero angosto entre abetos imponentes, raíces húmedas y hojas crujientes que hablaban bajo sus pasos con un lenguaje antiguo y olvidado.
El aire estaba cargado de ese perfume a musgo, tierra viva y resina que solo los bosques viejos conservan intacto, como si fueran guardianes de memorias milenarias.
Valery iba delante, moviéndose con la soltura de quien no solo conoce el terreno, sino que lo siente vibrar bajo la piel, Jacob la observaba, y su atención se perdió en la armonía de su silueta moviéndose entre los árboles.
La forma en que su cabello danzaba con la brisa y la seguridad de sus pasos despertaban en él una mezcla de ternura y deseo, era su belleza silenciosa, feroz y serena, lo que lo atrapa