El día no comenzó con el canto de los pájaros ni con la luz filtrándose entre las cortinas; comenzó como un susurro de eternidad, como el eco de una vida que quiere volver a sentirse viva.
Fue el roce leve de una respiración cálida en el cuello, una caricia invisible que derribaba todas las defensas, la tibieza de un abrazo que no exigía nada y, aun así, lo decía todo con un lenguaje silencioso que solo los cuerpos enamorados conocen.
Era como si el universo hubiese contenido el aliento, regalándoles un instante de perfección suspendida entre dos latidos, Valery despertó envuelta en los brazos de Jacob, con sus cuerpos desnudos entre sábanas blancas que aún conservaban el aroma de la pasión nocturna.
Afuera, el bosque susurraba con su lenguaje propio, hojas que se movían con la brisa, ramas que crujían levemente, y el murmullo del lago a pocos metros de distancia.
Ella abrió los ojos con lentitud, adaptándose a la claridad que no la hería, que no le exigía esconderse.
Por primera vez,