El cielo de Vancouver comenzaba a vestirse de azul profundo cuando el mensaje llegó. El aire olía a tierra húmeda y a humo tenue de chimeneas lejanas, mientras el murmullo de los autos se apagaba poco a poco como un suspiro colectivo de la ciudad preparándose para dormir. En la calle, los faroles encendían su luz ámbar como luciérnagas urbanas, y el mundo parecía suspenderse entre lo que fue y lo que estaba por empezar.
Valery, recostada junto a una lámpara de luz ámbar, miraba distraídamente la calle desde su ventana. El celular vibró sobre la mesa, y su mirada se desvió al leer el remitente.
Jacob.
—¿Te gustaría hacer algo diferente esta noche?
La sonrisa que curvó sus labios fue leve, pero real. Su pulso se aceleró sin querer. A veces, el deseo de parecer humana era más fuerte que el miedo de ser descubierta. Tecleó con cuidado.
—Hoy no trabajo, dame dos horas.
—Te vas a sorprender, tengo algo en mente. —la respuesta de Jacob fue casi inmediata.
Valery dejó el móvil a un lado y caminó hacia el vestidor. Se detuvo frente al espejo, que como siempre, no devolvió ninguna imagen. Sus dedos rozaron el borde del marco con ternura, como si esperara que, por una vez, él le regalara una silueta.
—Una noche… solo una noche como una mujer más —susurró.
...
Dos horas después, Valery descendía las escaleras de su edificio. Su vestido era negro, sencillo pero elegante, ceñido a la cintura, con una abertura lateral que dejaba ver el movimiento sereno de sus piernas. El cabello, suelto, caía como seda oscura sobre sus hombros.
Jacob la esperaba junto al auto, con una pequeña caja en la mano. Al verla, su expresión se iluminó como si acabara de encontrar algo perdido hace mucho.
—No sabía cuáles eran tus flores favoritas… pero estas me recordaron a ti —dijo él, entregándole una pequeña selección de rosas oscuras, con un tono borgoña que parecía beberse la luz del anochecer.
Valery las aceptó, bajando la mirada con una gratitud que no se atrevía a pronunciar. Las sostuvo por unos segundos contra su pecho, respirando el aroma denso y profundo de las rosas. Ese perfume oscuro le trajo un eco antiguo: una noche en Praga, siglos atrás, cuando un humano le regaló un ramo de flores negras tras un recital de violín, sin saber que ella no podía reflejarse ni en sus ojos.
Desde entonces, nadie había acertado tanto. Tal vez por eso, su voz apenas pudo formar un "gracias" mientras una parte de ella se preguntaba si aquella coincidencia también era destino.
—Gracias —murmuró. Su voz apenas era un suspiro.
Durante el trayecto, la ciudad quedó atrás poco a poco. Las luces urbanas fueron cediendo a la penumbra del campo, mientras la carretera los guiaba hacia las colinas. La conversación fluía suave, como una corriente tibia que no necesitaba empujarse. Hablaron de libros, de películas que nunca habían visto, de sabores extraños y de días que preferían olvidar.
—Nunca me imaginé conduciendo fuera de la ciudad con alguien a quien conocí por casualidad —dijo Jacob, soltando una risa suave.
—Tal vez no fue tan casual —respondió ella, sin mirarlo.
Cuando llegaron al restaurante, parecía sacado de un sueño. Estaba construido en madera clara, con grandes ventanales que daban a una vista abierta del valle. Faroles colgantes iluminaban el camino hasta la entrada, y el sonido de un violín suave se colaba desde el interior. Todo olía a hierbas frescas, a vino tinto, a un tiempo que parecía detenido.
Los guiaron hasta una mesa junto a una ventana panorámica. Desde allí, podían ver el reflejo de la luna comenzando a dibujarse en un lago lejano.
Valery tomó la carta, aunque sabía que no comería mucho. Desvió la vista un instante, concentrándose en los nombres de los platos como si realmente los estuviera considerando, y luego soltó un suspiro imperceptible.
Fingir hambre humana era parte del encanto, parte del esfuerzo que hacía para parecer una más, aunque su cuerpo no sintiera necesidad alguna por esos sabores. Aun así, se permitió sonreír levemente, como quien recuerda cómo era pretender antes de convertirse en lo que es.
Fingir era parte del encanto.
—¿Te gusta? —preguntó Jacob, rompiendo el silencio de la contemplación.
—Es hermoso. Como si el mundo, por un momento, se hubiera detenido para respirar.
Él sonrió.
—Así me siento desde que te conocí. Como si todo lo demás hubiera quedado en pausa.
Ella no respondió enseguida. Solo rozó el tallo de su copa de vino, sin beber.
Lo miraba, pero no con los ojos. Lo miraba con algo más antiguo, más profundo.
Jacob estiró la mano sobre la mesa y apenas tocó sus dedos. No presionó. Solo los rozó.
Valery le devolvió el gesto, acariciando con suavidad las falanges de su mano, como quien reconoce una melodía olvidada.
—No suelo hacer esto —dijo ella con sinceridad.
—¿Qué cosa?
—Sentirme cómoda.
La confesión quedó suspendida entre velas y reflejos.
Valery bajó la vista por un instante. La luz de una vela tembló, y su mirada se perdió en el color del vino. Fue ahí donde el recuerdo la asaltó.
Sin permiso. Sin suavidad.
…
Un salón antiguo, con muros de piedra y candelabros encendidos. Su voz gritaba, desgarrada, frente a una figura que se alejaba sin mirar atrás.
Él, su esposo, un vampiro de linaje noble, le había prometido eternidad… pero nunca amor.
Ella había intentado concebir. Había soñado con una vida que desafiara su naturaleza, pero su cuerpo, aunque inmortal, era infértil sin el vínculo profundo que da sentido a la sangre.
Y él, sabiéndolo, prefirió ahorrarse este paso y simplemente eligió otra, la líder del clan Volkov de aquel entonces, una mujer de poder y crueldad.
—No quiero un reino. Quiero un hijo. Una vida. Una verdad —había dicho, antes de estrellar una copa contra la pared.
El eco de ese grito todavía se alojaba en su pecho.
...
—¿Estás bien? —preguntó Jacob, al notar la sombra repentina en sus ojos.
Valery lo miró. No con tristeza, sino con una ternura que parecía contener siglos.
—Lo estoy… más de lo que pensaba posible —respondió, y sonrió apenas.
Él levantó una mano y le acomodó un mechón de cabello que se había deslizado sobre su mejilla. Sus dedos rozaron la piel con una delicadeza que la hizo contener el aliento.
Ella le sostuvo la muñeca por un momento, bajando la mirada con timidez. En esa pausa, donde el mundo no dijo nada, todo pareció decirlo.
...
El regreso fue silencioso, pero lleno de palabras no dichas. Jacob conducía con una paz nueva, inusual, como si el silencio compartido tuviera el poder de curar algo que él no sabía cómo nombrar.
Mientras las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, se sorprendió pensando que no recordaba la última vez que alguien lo había hecho sentir así, presente, deseado sin exigencias.
En ese instante, entendió que a veces los vínculos más profundos nacen sin palabras, y ese pensamiento lo hizo sonreír, aunque no supiera por qué. La radio sonaba baja, como si supiera que el momento era sagrado. Jacob no preguntó nada.
Valery no explicó nada. Pero entre ellos, algo había cambiado.
Al llegar al edificio, él se bajó primero, rodeó el auto y le abrió la puerta. Ella descendió con la misma gracia de siempre, pero esta vez sus ojos no tenían sombra. Tenían fuego.
Frente a la entrada, se detuvieron, pero no hubo beso. No lo necesitaban.
Jacob alzó una mano, le acarició el rostro con los nudillos, y le sostuvo la mirada. Valery respondió igual.
—Gracias… por hacerme sentir especial —susurró ella, con un nudo en la garganta que no era del todo tristeza.
Él no dijo nada. Solo la vio entrar. Solo la guardó en su memoria.
Ya en su departamento, Valery colocó las rosas en un jarrón, les puso agua y las observó en silencio.
Se sentó en el borde de su cama, sin desvestirse. Sus manos, como guiadas por algo más fuerte que ella, se posaron sobre su vientre, una vez más, ese gesto, tan simple y humano, encerraba su anhelo más profundo: redimirse, romper con el eco de su eternidad vacía y creer, por un instante, que aún podía pertenecer a una historia que no terminara en sangre.
—¿Será esta vez diferente? —murmuró.
En la distancia, la luna asomó entre las nubes. Y en su rostro, por primera vez en siglos… la esperanza titiló junto al miedo.